El túnel, homenaje a Ernesto Sábato > Maugdo Vásquez López |
¡La hora del encuentro había llegado! Pero
¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían
comunicado? ¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos
seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como
un muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura silenciosa e
intocable... No, ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía a
ser de piedra negra y entonces yo no sabía qué pasaba del otro lado, qué
era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y
hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de
burla lo deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la
historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía y que
en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que
había
transcurrido mi
infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del
muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente
que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al
ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá
se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había
entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado
el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba
siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada
que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay
bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando yo
pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda y ansiosa
(¿por qué esperándome? ¿y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía
que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado,
y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo
lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía
en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces
sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había
imaginado.
Sabato, Ernesto, El Túnel.